Escribo desde el lugar en que me encuentro, después de
billones de encarnaciones, tratando de recordar…
No es posible, el esfuerzo antes del sueño para pulsar los
recuerdos en mi interior, no rinden frutos, apenas logro dormirme tratando de
tener sueños sobre mis vidas pasadas, sabiendo que todas está ahí.
Me despierto cansado y somnoliento con la idea de la pérdida
de tiempo que ha sido querer recordar; toda una noche en vela simplemente me
arruina el día por venir.
Abro mi conciencia a la realidad de todos los días,
prisionero dentro de este cuerpo que elegí antes del comienzo de mi vida
actual, preso en el destino, en el camino, en el sendero que es mi vida, con
todo lo que es y lo que no es, sabiendo que haga lo que haga todo está
predestinado, como una púa en surco de disco viejo rasgando la música, que no
puede cambiar.
Cada paso que doy me parece nuevo, y sé que siempre ha
estado ahí y siempre estará, cada vez que mi conciencia como una ínfima porción
de la conciencia única, decida nuevamente pasar por aquí.
Me reúno con gente de todos los días, algunos ríen, otros
bromean, charlan de cualquier cosa pequeña, sin palabras grandes, llenando el
vacío de lo que son y deberían ser, sin recordar, sin comprender. Suspiro y
aparto mis pensamientos de la grandeza y del misterio que todos son, y decido,
un poco obligado, a ser mundano…
No puedo evitarlo: mi mente deriva en mundos nuevos,
universos diferentes, misterios dimensionales, atemporalidad, historias de
todos los rincones de la creación… pasan por mis ojos, o quizás por el ojo de
mi mente, mientras debo tratar de mantener una conversación que a nada conduce,
de la que nada saco, y que a nadie alimenta de absolutamente nada.
De pronto ríen y la risa me sorprende, río forzadamente con
tal acto que nadie duda de mi risa, hago un esfuerzo mental por apartar las
imágenes de cascadas de cristal invertidas, que suben por la ladera de la más
grande montaña del mundo Lix, destellando los reflejos de sus soles gemelos,
mientras a la distancia se vislumbra Zicler, el planeta hermano de Liz, por
efecto de los instrumentos de control de gravedad lixiana.
Hago un esfuerzo por mantenerme en la conversación y evitar
sacar mi celular para tomar apuntes de las imágenes, pero recuerdo lo mal que
cae a las costumbres humanas que una persona se vaya del grupo o que estando
presente se dedique a cualquier otra cosa, menos a compartir el gusto por lo
mundano.
Como quisiera que otros pudieran compartir las cosas que
veo; mi imaginación por momentos es tan fuerte que la realidad se difumina
delante de mí, y solo queda la magia de las palabras escritas en emociones.
Mis ojos se llenan de lágrimas al ver esos pueblos de luz,
esos animales de luz, esos ríos, esas plantas… esos mundos luminosos que la
gente desconoce que existen, y yo los veo en cualquier momento, a cualquier
hora, y hago un esfuerzo para no llorar de nostalgia de no estar ahí, en mi
casa…
Recuerdo que una tarde me gritaron ¡ESTEBAN! porque no
escuchaba lo que me decían; mis dedos se deslizaban por el teclado muy rápido, plasmando
visiones y visiones de mundos a los que había llegado en mi trance con los ojos
abiertos; el grito me llegó como una cachetada, volví a la realidad y vi los
ojos de ellas mirándome molestas por haberlas “ignorado”, “por no escucharlas”,
y claro… me estaban dando un mate y no podía ser que no estuviera con ellas en
el aquí y ahora.
Sí, soy consciente de que Dios (o Diosa) me dio el don de la
escritura; sé que debe haber muchas personas que escriben mejor que yo, pero no
sé si habrá tantas personas capaces de conectarse a otros mundos con los ojos
abiertos.
¡Qué difícil explicarle a alguien que puedo volar con los
pies en la tierra!
Tan solo me pregunto ¿habrá alguien más así, en este mundo?
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